El calor en Madrid

Estos últimos días de calor infernal me han recordado un artículo que guardamos en el Archivo Histórico de Viena Capellanes. Es un texto de Jacinto Benavente publicado en ABC el 13 de julio de 1948, en el que habla del calor que hacía en la ciudad a finales del siglo XIX y de cómo entoldaban las calles para la procesión del 2 de mayo tratando así de evitar desmayos entre los asistentes. Tanto era el calor que sofocaba las noches de verano, que los madrileños de los barrios más pobres tenían autorización para sacar sus jergones a la calle con el fin de evitar el agobio de sus casas apenas ventiladas.

Las calles se llenaban de pregoneros ofreciendo horchatas, limón helado o agua de cebada. Y también era posible tomar quesitos helados en la Cafetería Iberia que, según Benavente, fue la primera a la que se atrevieron a entrar las mujeres solas. Años más tarde, continúa, los helados de Viena en la plaza de Capellanes, sustituyeron en el favor del público aristocrático a los quesitos de la Iberia.
Por aquel entonces los helados de Viena Capellanes costaban tres reales con setenta y cinco céntimos. Los barquillos rellenos y los sorbetes de copetuda abundancia, dos reales, y la incomparable, la eminente, la genial leche merengada de Pombo, cuarenta céntimos.

Puede que las cosas hayan cambiado algo. Pero sesenta años después, un helado sigue siendo uno de los mejores aliados para combatir el calor de Madrid, que tan cerca del cielo está que casi quema